09 mayo 2015

Pesada, siento la carga desorbitada en el pecho, en las piernas, en la cabeza, en los ojos. Siento que necesito abrigo y me enfrío, me preocupa verme quemada, con la piel hecha trizas, sin poder verme otra vez en el espejo, sin reconocerme, mirándome como si me mirase otro, pero no tú. A través de mí me veo, pero no me recuerdo. Las pupilas adoptan formas; curvas, convexas, irregulares; como mi pulso. La sangre que corre ya no es sangre, es plomo, por eso me cuesta tragarla. Me tumbo, boca abajo, no quiero mirar nada, y siento todo el peso, la carga desorbitada, pendiendo de un hilo tan fino que casi quiero que se rompa, de una vez por todas, aunque conlleve el vacío, como si no existiera ahora, lleno de cosas. Frío, frío, frío, frío, calor, zas, me han quitado el verano, la primavera, el otoño; me he quedado sin hojas, con la piel hecha trizas, pero no quemada; podrida, putrefacta, áspera. Me da miedo tocarla, me da miedo, no recuperarla.