26 julio 2013

Velocidad.

Y sin que te des cuenta ya estás corriendo. Corres, por un camino por el que nunca antes habías corrido. No sabes dónde estás, no sabes a dónde te diriges, solo sabes que no puedes dejar de avanzar, no puedes mirar atrás. Tienes que decidir, ¿correrás más rápido? ¿Te pararás a descansar? ¿Cambiarás de camino? Miras a tu alrededor y ves tantas cosas que no te gustan que te resulta casi imposible no pararte. Quieres cambiar esas cosas, necesitas hacerlo, pero tus piernas no se frenan, se mueven solas y te impiden hacer cualquier cosa. Lo mismo pasa cuando encuentras algo que realmente te gusta. Un sol que se funde con los campos de trigo y tiñe el cielo de naranja. Una brisa que hace bailar las hojas de los árboles al ritmo del viento. Pero no puedes parar a disfrutarlo. Por mucho que lo intentes, tus piernas nunca dejarán de correr. Tienes que seguir avanzando. Y, aunque no lo entiendas en ese momento, a veces dejar las cosas atrás y seguir hacia delante, es la mejor opción.

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