Dicen que es difícil encontrar al amor de tu vida, que enamorarse es lo mejor que te puede pasar. Pero yo creo que una amistad como la nuestra está fuera del alcance de muchos, y que, por ello, por su escasez, tiene mucho más valor que todos los amores del mundo.
22 enero 2014
Día 163 fuera de casa.
Puede que sean unas notas en una guitarra, la letra de una canción que sonó una vez cuando estábamos juntas, una tarde de domingo. Puede que sea una película, un chico que nos parecía guapo, una foto vieja, una serie, un batido de oreo, una heladería, un paseo por la playa, una excursión, unos pendientes, una tarde rodando por la hierba. Puede que sean unas zapatillas que te dejé una vez, una palabra que nos inventamos, una discusión que tuvimos. Igual fueron esas lágrimas al despedirnos, o las dos pizzas que nos comimos una tarde juntas. Puede que sean todos los secretos que compartimos, o el asco al mundo que le cogemos a veces. Puede incluso que sean todos esos años en los que no estábamos tan unidas, o quién sabe, igual es el tiempo que sí lo hemos estado. Un dibujo, una pulsera, una goma de pelo, una noche sin dormir, unas fiestas de un pueblo. Puede que sean los años de catequesis, o a lo mejor que nuestras familias son jodidamente iguales. Puede que fuese María Luisa, los 'a buenas horas mangas verdes', el discurso en Alcalá de Henares, o igual fuesen todos los bailes del chotis. A veces incluso he pensado en la quiché. Iván el de violín. Los Ruf. La graduación de nuestros hermanos. Te lo juro, no lo sé, lo he pensado mil veces y aún no sé qué fue lo que hizo que me tocase la lotería de tenerte en mi vida. Cuando sé que podría prescindir de todo el mundo menos de ti, cuando sé que daría mi vida por ti, cuando mi definición de amistad empieza por tu nombre, es cuando me doy cuenta de que tú eres yo, y yo soy tú. Y de que somos una, y nadie nos separará, porque es físicamente imposible que me puedan separar de alguien que forma parte de mí, que me completa.
21 enero 2014
Día 162 fuera de casa.
Me preocupo por cosas que otros creen importantes. Me ponen entre dos paredes que poco a poco se van acercando, poco a poco van presionándome más. Intentan que escoja, que decida mi futuro en tan solo unos escasos segundos. Estudia, mantén en orden tu habitación, enamórate, cuidado con las malas influencias, no tomes decisiones arriesgadas, haz deporte, saca buenas notas, viste de forma apropiada, sácate el carnet de conducir, elige una carrera, elige una persona con la que estar el resto de tu vida.
Pero yo no quiero, no quiero vivir las preocupaciones de los demás. Quiero hacer lo inesperado, quiero ser impredecible, quiero ser libre, quiero que todos seamos libres. Quiero correr hasta cansarme y no parar. Quiero tomar todas las malas decisiones, quiero ir por todos los malos caminos. Quiero ser aplastada, quiero sentirme sola, quiero sentirme abandonada y completamente inútil. Porque una vez sentido la desesperación, una vez sentido todo lo malo, una vez sentido el pinchazo de las afiladas agujas, solo queda la morfina que empieza a recorrer tus venas. Solo queda lo bueno. Dejemos lo bueno para el final. Dejémonos llevar por el cauce del río; sintiendo los golpes de las rocas al principio, los choques en cada meandro, los raspones contra el fondo del suelo; para luego, después de haber experimentado todo el dolor, podamos llegar finalmente al océano, donde poder calmar nuestros cuerpos, donde poder disfrutar finalmente, y de forma plena, de todo el transcurso de nuestras vidas.
12 enero 2014
Día 153 fuera de casa.
A mitad del trayecto, aquella hormiga se giró un momento, para contemplar el largo camino que llevaba andando durante días. Había esquivado suelas de pies gigantes, que sin más ánimo que seguir sus caminos, habían estado apunto de pisarla. Había visto cosas que nunca habría visto en su hormiguero; había visto flores extrañísimas, había visto el sol desde todos los ángulos, había caminado por tierra, por hierba, por piedra, incluso algunas veces por carretera. Había hecho amigos increíbles, muy diferentes a ella, pero sorprendentemente agradables. También había estado cansada muchos días. Le había costado seguir caminando los días de lluvia. Pero ahora miraba hacia atrás y, en fin, estaba orgullosa de sí misma. No veía el final de su trayecto aún, pero sabía que cosas mejores iban a suceder, y que de vuelta al hormiguero todos querrían saber cada detalle de su largo y extraordinario viaje.
Sé que es una metáfora muy cutre y un poco mala, pero es todo lo que me apetece pensar un domingo noche después de un ajetreado fin de semana. Sin nada más que añadir, que disfruten de su viaje.
01 enero 2014
Día 142 fuera de casa.
Demasiado tiempo encerrada en la misma habitación. Pero no yo, sino mi mente, o mi corazón; ya no me acuerdo. Te despiertas y ves las mismas paredes, y el mismo techo. Y no te levantas, te quedas tumbada, por si acaso te mareas al poner un pie en el suelo. En cambio te gusta, esa sensación de haber llegado a donde siempre habías querido llegar. La habitación de las torturas para ti es el Paraíso. Hasta eres feliz, ¿hasta eres feliz? Te embriaga la idea de al fin tener algo tangible, algo que es real.
Liberación. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Has sido informada de las consecuencias de quedarte tumbada. No te importa, estás tan feliz, ¿estás tan feliz? Apuesto que ni sabes que hay ventanas. Sí, y puedes mirar a través de ellas, y ¿sabes lo que hay ahí fuera? Yo tampoco.
Confusión. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Necesitas levantarte como puedas, pero el tiempo ha machacado ya tus músculos. Ya no te acuerdas. No recuerdas cómo lo hiciste en el pasado. Como si de cenizas se tratasen. Como si fueras aire. No puedes moverte.
Angustia. Golpes. Frustración frente a los golpes.
¿Qué hay tras la ventana? Parece todo tan desierto, todo tan solitario. Pero ya no puedes quedarte en esa habitación. Te destruiría. Tus órganos se deteriorarían. Los pequeños agujeros en tu nuca empezarían a ensancharse, y su tamaño sería suficiente para el tránsito de los pequeños bichitos que ansían eso que algunos llaman alma. No. No más. Abre la ventana. No vuelvas a tumbarte... No otra vez.
Impasibilidad. Demencia. Nada fluye ya. Nada viene, nada va. Nada. Si tan solo hubieras abierto aquella ventana. Si tan solo hubieras escuchado las voces desde el exterior. Ya no hay golpes. Ya no estás.
Liberación. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Has sido informada de las consecuencias de quedarte tumbada. No te importa, estás tan feliz, ¿estás tan feliz? Apuesto que ni sabes que hay ventanas. Sí, y puedes mirar a través de ellas, y ¿sabes lo que hay ahí fuera? Yo tampoco.
Confusión. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Necesitas levantarte como puedas, pero el tiempo ha machacado ya tus músculos. Ya no te acuerdas. No recuerdas cómo lo hiciste en el pasado. Como si de cenizas se tratasen. Como si fueras aire. No puedes moverte.
Angustia. Golpes. Frustración frente a los golpes.
¿Qué hay tras la ventana? Parece todo tan desierto, todo tan solitario. Pero ya no puedes quedarte en esa habitación. Te destruiría. Tus órganos se deteriorarían. Los pequeños agujeros en tu nuca empezarían a ensancharse, y su tamaño sería suficiente para el tránsito de los pequeños bichitos que ansían eso que algunos llaman alma. No. No más. Abre la ventana. No vuelvas a tumbarte... No otra vez.
Impasibilidad. Demencia. Nada fluye ya. Nada viene, nada va. Nada. Si tan solo hubieras abierto aquella ventana. Si tan solo hubieras escuchado las voces desde el exterior. Ya no hay golpes. Ya no estás.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)