21 enero 2014

Día 162 fuera de casa.

Me preocupo por cosas que otros creen importantes. Me ponen entre dos paredes que poco a poco se van acercando, poco a poco van presionándome más. Intentan que escoja, que decida mi futuro en tan solo unos escasos segundos. Estudia, mantén en orden tu habitación, enamórate, cuidado con las malas influencias, no tomes decisiones arriesgadas, haz deporte, saca buenas notas, viste de forma apropiada, sácate el carnet de conducir, elige una carrera, elige una persona con la que estar el resto de tu vida. 
Pero yo no quiero, no quiero vivir las preocupaciones de los demás. Quiero hacer lo inesperado, quiero ser impredecible, quiero ser libre, quiero que todos seamos libres. Quiero correr hasta cansarme y no parar. Quiero tomar todas las malas decisiones, quiero ir por todos los malos caminos. Quiero ser aplastada, quiero sentirme sola, quiero sentirme abandonada y completamente inútil. Porque una vez sentido la desesperación, una vez sentido todo lo malo, una vez sentido el pinchazo de las afiladas agujas, solo queda la morfina que empieza a recorrer tus venas. Solo queda lo bueno. Dejemos lo bueno para el final. Dejémonos llevar por el cauce del río; sintiendo los golpes de las rocas al principio, los choques en cada meandro, los raspones contra el fondo del suelo; para luego, después de haber experimentado todo el dolor, podamos llegar finalmente al océano, donde poder calmar nuestros cuerpos, donde poder disfrutar finalmente, y de forma plena, de todo el transcurso de nuestras vidas.

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