01 enero 2014

Día 142 fuera de casa.

Demasiado tiempo encerrada en la misma habitación. Pero no yo, sino mi mente, o mi corazón; ya no me acuerdo. Te despiertas y ves las mismas paredes, y el mismo techo. Y no te levantas, te quedas tumbada, por si acaso te mareas al poner un pie en el suelo. En cambio te gusta, esa sensación de haber llegado a donde siempre habías querido llegar. La habitación de las torturas para ti es el Paraíso. Hasta eres feliz, ¿hasta eres feliz? Te embriaga la idea de al fin tener algo tangible, algo que es real.
Liberación. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Has sido informada de las consecuencias de quedarte tumbada. No te importa, estás tan feliz, ¿estás tan feliz? Apuesto que ni sabes que hay ventanas. Sí, y puedes mirar a través de ellas, y ¿sabes lo que hay ahí fuera? Yo tampoco.
Confusión. Golpes. Indiferencia frente a los golpes.
Necesitas levantarte como puedas, pero el tiempo ha machacado ya tus músculos. Ya no te acuerdas. No recuerdas cómo lo hiciste en el pasado. Como si de cenizas se tratasen. Como si fueras aire. No puedes moverte.
Angustia. Golpes. Frustración frente a los golpes.
¿Qué hay tras la ventana? Parece todo tan desierto, todo tan solitario. Pero ya no puedes quedarte en esa habitación. Te destruiría. Tus órganos se deteriorarían. Los pequeños agujeros en tu nuca empezarían a ensancharse, y su tamaño sería suficiente para el tránsito de los pequeños bichitos que ansían eso que algunos llaman alma. No. No más. Abre la ventana. No vuelvas a tumbarte... No otra vez.

Impasibilidad. Demencia. Nada fluye ya. Nada viene, nada va. Nada. Si tan solo hubieras abierto aquella ventana. Si tan solo hubieras escuchado las voces desde el exterior. Ya no hay golpes. Ya no estás.

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